La leyenda oscura cuenta que Galileo Galilei, el famoso científico italiano falleció a manos de la Inquisición; aquélla institución eclesiástica que pretendía erradicar la herejía y no aceptaba el saber científico.
Empero, los historiadores han rechazado enérgicamente esa afirmación, ya que el astrónomo y físico murió en otras circunstancias, no tan “llamativas”, si cabe. Una verdad que los detractores de la Iglesia no aceptan y que, curiosamente, sus fieles desconocen.
Empero, los historiadores han rechazado enérgicamente esa afirmación, ya que el astrónomo y físico murió en otras circunstancias, no tan “llamativas”, si cabe. Una verdad que los detractores de la Iglesia no aceptan y que, curiosamente, sus fieles desconocen.
A la asombrosa edad de 78 años -para el siglo XVI fue todo un prodigio- fallecía, de muerte natural, en su hogar, una villa a las afueras de Florencia, uno de los más grandes científicos que de la historia: Galileo Galilei (1564- 1642).
Su legado para la ciencia es indiscutible, pero su relación con la Inquisición es más que cuestionable. Según uno de sus discípulos, su maestro arrastraba desde los treinta años artritis, enfermedad que nunca le impidió seguir trabajando en sus investigaciones.
Igualmente, el único proceso judicial (la condena de 1633) “real” en el que se vio envuelto fue una pena de cárcel que no cumplió, al ser sustituida por arresto domiciliario. Así que nada de pena de muerte como han escrito, erróneamente, algunos autores. Como mucho, tuvo que pasar algún tiempo en una residencia de la Inquisición, en unas habitaciones destinadas, comúnmente, a los eclesiásticos. Además, se le enviaba comida desde la embajada de Toscana, ya que Galileo era el protegido del Gran Duque.
Esta situación privilegiada (teniendo en cuenta cómo eran tratados sus contemporáneos) se explica a que éste era el matemático y filósofo personal del mencionado Gran Duque de Toscana. Éste poseía un vasto territorio, formado por las regiones de Florencia, Pisa, Livorno, Siena, entre otros. Asimismo, mantenía una excelente relación con la Santa Sede, por lo que su embajador, Fransesco Nicollini, se esmeró al máximo para que Galileo no ingresara en prisión, y consiguió que se sustituyera el edicto por una reclusión en la Villa Medici.
También logró que el Arzobispo de Siena, monseñor Ascanio Piccolomini (un admirador), lo alojara en su residencia, hecho que ayudó a que el filósofo se recuperara psicológicamente del proceso (contaba ya con 69 años).
Meses después, fue autorizado a trasladarse a su casa en las afueras de Florencia, lugar en el que terminó sus últimos días en absoluta paz y entregado en cuerpo y alma a su trabajo.
Por tanto, Galileo Galilei no murió a manos de la inquisición. Padeció un proceso judicial, efectivamente, pero la pena fue conmutada con varias estancias en diversos lugares donde se le dio un trato exquisito y amable, propio de alguien de su talento. Respecto a su condena, no debe entenderse el proceso como un enfrentamiento entre ciencia y religión (Galileo se consideraba cristiano e intentaba hacer entender que sus planteamientos no iban contra la iglesia), sino como una estrategia de sus enemigos para desprestigiarlo.
La Iglesia no se oponía al avance científico, pero algunos de sus más relevantes miembros no querían aceptar el movimiento rotatorio de la Tierra, una premisa que no encajaba con el pensamiento tradicional cristiano.
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